En la época imperial, después de un largo periodo de paz y prosperidad, Roma había alcanzado la impresionante cifra de un millón de habitantes. Sólo una exigua
minoría residían en tranquilas y espaciosas villas, mientras que el común de la población debía contentarse
con vivir en casas de vecinos, o insulae. Eran edificios
de varias plantas, construidos con materiales de escasa
calidad y muy cercanos unos de otros, de manera que el
plano de la Urbe consistía en una densa y enmarañada
red de calles y callejuelas.
La Roma de aquellos tiempos disfrutaba de avances
muy notables para la época, como el alcantarillado, las
termas y los acueductos. Pero para hacerse idea de las
Insulae |
debido, entre otras cosas, a la angostura de las calles.
Los romanos paliaban estas incomodidades de sus
viviendas permaneciendo allí el menor tiempo posible.
Madrugaban mucho, para aprovechar al máximo la luz
solar: cuando aún estaba amaneciendo, ya habían salido a la calle y se dirigían al lugar donde desempeñaban
Foro romano |
Vesta, donde ardía perennemente el fuego sagrado en
honor de esta divinidad local. Al lado estaba la Regia, el
palacio real que según la leyenda fue construido por
Numa, segundo rey de Roma. Cuando cayó la monarquía, este edificio se usó como archivo para guardar los
Calendarios y los Anales, en los que se registraba la historia de la Urbe.
Con la República aumentó la actividad política, y el
Foro se fue poblando de construcciones destinadas al
gobierno y la administración. Todavía hoy se conserva
Comitium |
de la tribuna llamada de los rostra -o espolones-, desde
la que se arengaba al pueblo. Los episodios más cruciales de la historia de Roma durante la República tuvieron su origen en esta zona del Foro: los discursos de
los Gracos para mejorar la situación de la plebe; la polé-
mica entre Mario y Sila; las soflamas de Cicerón contra
Catilina; la decisión del Senado para exigir a Julio César
que abandonase el mando militar, orden que éste desobedeció cruzando el Rubicón y tomando la Urbe; y la
concesión del título de Augusto a Octavio en el 29 a.C.,
que se considera el inicio de la época imperial.
El nuevo cambio de régimen trajo consigo ampliaciones y mejoras cada vez más espectaculares de los foros. Junto al antiguo Forum Romanum, fueron surgiendo los llamados Foros Imperiales, construidos por Cé-
sar, Augusto, Trajano, Nerva y Vespasiano. Todo era
formidable en esos espacios públicos: las amplias calles tenían pavimento de travertino, lo mismo que las
plazas, que solían estar presididas por enormes estatuas; en los edificios se alternaba el brillo de los bronces
con los tonos grises, blancos y ocres de los mármoles.
Cada detalle se había dispuesto cuidadosamente para
durar e impresionar, tanto en las construcciones religiosas como en las civiles.
Entre estas últimas destacaban por su prestancia las
basílicas, en las que se celebraban los juicios y se realizaban transacciones comerciales. Su interior era muy
amplio, con el espacio distribuido en naves separadas
por columnas. En el exterior tenían dos pórticos laterales bajo los que se alojaban, en hilera, numerosas tiendas que vendían todo tipo de productos. Los restos de
la basílica de Majencio y Constantino dan idea de lasenormes dimensiones que llegaban a alcanzar estos
edificios.
Arco de Tito |
Los monumentos conmemorativos y las estatuas
que adornaban los foros no tenían, en cambio, ninguna
finalidad práctica, al menos inmediata. Los más llamativos eran las columnas, como la de Trajano, y los arcos
de triunfo, como los de Tito, Septimio Severo, Constantino... Con relieves labrados, se representaban gráficamente las campañas militares victoriosas, para dejar
constancia a los siglos venideros de los momentos de gloria protagonizados por cada emperador, que además
desfilaba con sus tropas por la Vía Sacra, entre los
aplausos y aclamaciones del pueblo.
Naturalmente, existía el riesgo de que, con tanto encomio y aclamación, el poder se le subiera a la cabeza
al emperador y, lamentablemente, pretendiese que sus
súbditos olvidaran su condición de hombre mortal. Así
ocurrió en algunos casos, cuando la máxima autoridad
se atribuyó la condición de dios, o rindió honores divinos
a sus predecesores e incluso a alguno de sus parientes.
Augusto, por ejemplo, dedicó un templo al Divus Julius;
Antonino Pío construyó otro en honor de su esposa
Faustina; y Majencio edificó un tercero para recordar a
su hijo Rómulo.
La consideración del emperador como ser divino estaba en auge cuando el cristianismo llegó a la Urbe.
Para los romanos, era perfectamente compatible con su
politeismo, como muestra el hecho de que los propios
emperadores deificados construyeron templos cada
vez más grandes y costosos en honor de Marte, Venus,
Apolo, Cibeles... Lo que no se admitía, en cambio, era
que una religión pretendiese ser la única verdadera y difundiese, como lógica consecuencia, la idea de que las
demás eran falsas. Las autoridades toleraban cualquier
novedad con tal de que se integrase en el relativismo
imperante. Pero ése no era el caso de la fe cristiana...
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